Passengers:
Año 2050: Pues parece que al final,
sorprendentemente, Rajoy, su primo, y los ministros de Ciencia y Tecnología de
los últimos cuarenta años (sí, la Humanidad se ha vuelto tan imbécil por los
efectos de diversos desastres que el PP lleva en el gobierno desde aquellos
tiempos de lo que ahora se llama La Primera Crisis) no estaban en lo cierto. Y
tras la Pandemia de la Jubilación en el año 2023, la Hecatombe de la Sanidad en
el 2025, y el Holocausto de la Educación del año 2026, los pocos seres humanos
que quedaron en posesión de sus facultades mentales y físicas más o menos
intactas han de trazar un plan para huir cual Bisbal después de un dueto (no ha
sido cuestión de ponerse demasiado exigentes al respecto, porque los búnkeres subterráneos
se habrían quedado vacíos a pesar de estar diseñados tan sólo para una selecta
élite de banqueros y políticos… Bueno, y las toneladas de prostitutas y cocaína
que les permitirían la subsistencia hasta que la nube radiactiva provocada por
la contaminación extrema se disipase)
Es que la Calamidad de la Capa de Ozono,
desaparecida en el 2034 en ambos casquetes polares y parte de los trópicos, ha
provocado que ya ni bajo tierra se pueda vivir, porque las radiaciones penetran
en el subsuelo hasta más allá del punto en el que se sitúan los búnkeres, y hay
que buscar alternativas viables a la vida terrestre, o al final todos nos
quedaremos como Mickey Rourke después de arreglarse. Pero claro, como la
Destrucción Comunicativa Global del año 2042 nos había dejado viviendo (bajo
tierra) como en la Edad de Piedra Tecnológica, la cosa no se presenta sencilla,
por lo que se decide enviar una nave que quedó por ahí perdida en los terrenos
del aeropuerto de Castellón con unos cuantos tripulantes metidos en una especie
de supositorios gigantes llenos de cloroformo gaseoso, y que ya ellos se
despierten cuando sea, y si sobreviven al colapso de la nave con lo que sea que
se encuentren por ahí, ya que les vayan a buscar cuando hayan instalado un
Mercadona o un Wall Mart o algo chino por ahí, que se pueda vivir.
Pero como se debía haber sospechado, (que al
fin y al cabo el material y la obra han sido preparados por la empresa Gotera y
Otilio, S.A.) la cosa queda como que a medias. El Jimmy, un cani del
extrarradio que se apuntó a la misión porque pensaba que estaban restaurando la
Ruta del Bakalao, se despierta al cabo de unos años en medio del espacio, ¡en
silencio! A los siete minutos de no encontrar el Botón de la Música Mákina está
subiéndose por las agarraderas como los monos de Gibraltar por las cabezas de
los turistas que no les dan plátanos.
Al llegar a otra cámara, ve que hay otra
persona, en concreto una de esas que se usan para lo de estrujarse el churro
entre temazos del Dani DJ y Chimo Bayo, a la que tampoco le habían puesto
suficiente cloroformo en el vaso de tubo, La Aura (sí, su padre era un poco
tartamudo y el del registro un poco cabrón); y ahí que se despierta, entre
Logroño y Alpha Centauri B248, con migraña pero con un hambre de las de comer y
de las de hombre que es ver al Jimmy y olvidarse que cuando acabó la carrera su
madre la compró un vestido de lunares. Y como de lo de comer no encuentran,
pues lo que viene siendo el metraje de la película es ver al Jimmy escapando de
los ataques salvajes de La Aura corriendo por toda la nave que por momentos te
parece estar viendo una mezcla bizarra de Benny Hill y unas cuantas de las
sombras esas del Grey, esos clásicos.
¿Que si llegan a algún planeta o algo, o si
se mueren en el espacio, o de inanición en la nave mirando a la Cuenca del
Infinito o qué? Pues chico, ni idea, es que llega un momento en que te da un
sueño que es imposible seguir despierto viendo la película. Creo que tiene que
ver con Gotera y Otilio S. A., y no sé qué de enganchar la salida de escape del
cloroformo a la canalización de aire del cine, por ahorrar costes o algo de eso…