viernes, 2 de diciembre de 2016

Críticas en screener: Vaiana


VAIANA:

   María de las bayas es una chiquilla toda morena y dicharachera, que se viste con cuerdas de cáñamo y hojas de palmera, porque ella vive en una islita pequeñita del Océano Pacífico en los tiempos de Maricastaña, y claro, por aquel entonces no había Callejeros Viajeros, ni cruceros Balearia ni nada de eso, y en sus islitas los oriundos se encontraban bastante aislados en sus propias comunidades, con sus gallinas y sus cerdos, que los animalicos vivían como Dios allí, porque como no había nada más para comer, los cuidaban que da gustico de pensarlo, para que no se extinguieran.


   Pero los mozos de la tribu de Maribayas son todo lo contrario de lo que se entiende por guapos, vamos, que algunas veces los que hacen los sacrificios de los cerditos para proveer de comida a la aldea han de preguntar primero para ver si responden, porque si no es que se han equivocado y han cogido a algún pueblerino por el pescuezo para darle matarile. Por eso, Maribayas decide hacerse a la mar con un pollo que tiene de mascota y una barca de palos de madera, así, a lo loco, aunque su paaapa, que a la sazón es el jefe de la tribu (que otra cosa no, pero princesas en Disney parece que hay más que yonkis y putas en los extrarradios) le prohíbe que salga. El típico “¡quien quiera verte, que venga a la casa!”, pero claro, que dicho en una isla del tamaño de un melón mediano, y con los vecinos más cercanos a un par de meses en barcaza si el tiempo no va más allá de la marejadilla, pues se va a hacer largo.
   Y allá va ella, con su pollo mascota Kikiriki, a cruzarse los mares en busca de un mozo con los brazos como troncos de cocotero y el pecho para pintar murales rupestres, y esas cosas del interior que tanto buscan las mozas, como todos sabemos. A las dos horas Maribayas ha hundido la barca y está a la deriva montada en el pollo, que nada lo que puede, y se encuentran a Mondongo, un mozo pescador con una planta que los peces se le suben solos a la barca palmeando con la cola, y los rescata.


   Maribayas le explica su misión, y se pasa media película haciendo el imbécil, metiéndose en lugares a los que no van ni los calamares a esconderse de los peligros que hay, buscando su príncipe gitano. Cuando ve que con eso de la poca población y la endogamia los príncipes casaderos de todas las islas en varias semanas a la redonda de su casa son como Jaime de Marichalar pero sin la ropa chillona (en casi todos los casos, que una de las tribus hasta tiñe las hojas de palmera para vestirse, dejémosla ir…), Maribayas se vuelve a su terruño toda triste, hasta que un día se cae al mar por error y descubre que la cara se puede lavar y se quitan las legañas, y cuando mira a Mondongo con los ojos limpios por primera vez en su vida, se le caen las cuerdas de cáñamo de la impresión, y se humedece como los cocos por dentro, que se rompen y se puede beber cosa mala.


   A su padre le dicen que Mondongo es un príncipe de un país lejano, al que llaman “Ingles de tierra” (nota del autor, de aquí viene el nombre de Inglaterra, ahí lo dejo y me hincho como un pavo), y unos cuantos años después los tienen que echar de la isla por la superpoblación de hijos, que los tíos no paran de… ¡¡¡Perdón, que esto es una peli de Disney!!!

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