Alien covenant:
A ver, hagamos memoria: Habíamos dejado
Prometheus con un robot a medio cocer rumbo a un remoto planeta, a tomar por
saco en el otro extremo de la Galaxia, que no se cruza con los Guardianes de la
Ídem por apenas un par de parsecs. ¡Oh, mierda, he hecho memoria! ¡Me he
acordado de semejante bodrio, que la carísima terapia de mi psicoterapeuta
neoyorquino había conseguido desechar de mi mente, coño!
La tripulación de la nave Covenant está compuesta
por varias parejas altamente comestibles además del androide Wally (¡mira dónde
estaba, el hijoputa!), pero que no pregunte nadie de dónde coño salen, porque
no había presupuesto para recrear un puerto espacial como Coruscant, y es como
si el androide los hubiera ido recogiendo como autoestopistas, eso sí, al
vuelo, con un cazamariposas gigante. Según las órdenes que le han llegado al
robot de una voz mecánica salida del limbo informático futuro, que le pone el
aceite hirviendo y por eso se comporta como una solterona en un crucero de singles,
la misión tiene como objetivo colonizar así, sin orden ni concierto, a lo loco.
Que me pregunto yo por qué entonces va a comenzar a tomar por culo del
Universo, pudiendo hacerlo por Murcia o La Rioja, pero en fin, qué sabré yo de
guiones...
Al aterrizar en un extraño lugar descubren
lo que parece ser un paraíso desconocido, que te falta ver pitufos gigantes
para creer que han hecho un reboot de Avatar, pero no. Enseguida verán que los
huevos kínder de las películas principales eran sorpresas de Disney Channel
comparadas con los bicharracos oriundos del lugar.
Que a ver, no es por ser
tiquismiquis ni nada, pero… ¿No se ha planteado nadie los intereses de esa
vocecilla central, que siempre envía a los pobres astronautas a un planeta
infestados de monstruos carnívoros? Ahí lo dejo, señores guionistas de Jolivú,
para que lo rumien…
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