La bella y la bestia:
Fonti-Bella Chinchesverdes es una chiquilla
de las de su generación, que bebe agua y poco más no sea que antes de que se le
suavicen los granitos del acné le llame de usted una lorza que dé al traste con
sus sueños de enchufarse a un maromo que la haga bailar la conga sin apoyar las
piernas en el suelo.
Vive sola con su padre, Críspulo Chinchesverdes, un
autónomo que hizo la FP II de Mecánica del Automóvil unos doscientos años antes
de que se inventaran los vehículos, por lo que no tiene trabajo, y ha de
sobrevivir inventando artilugios de los de vender en las ferias medievales de
los pueblos, en los que lo más medieval que hay a la venta es un queso que
huele fuerte. Vamos, que entre eso y que su mujer se fue con el Anselmo (que el
maldito tuvo la fortuna de hacerse la FP de Darle Fuerte al Fuelle para
alimentar los hornos y ahora está forrado porque tiene dos empleos, en la
herrería y en el horno de pan), el hombre tiene fama de estar menos cuerdo que
un rey de los de las últimas generaciones de los cuentos, que como quedaban
pocos se casaban entre ellos y claro, así les iba. Un día, Críspulo se interna
en el bosque porque necesita unas setas especiales para que hagan de
combustible para su último invento, que es básicamente un taburete a motor, y
cuando se quiere dar cuenta se ha metido en el patio del castillo maldito, y la
Bestia maldita que habita en él se cabrea porque le ha pisado los geranios
malditos y le mete en una jaula maldita.
Al cabo de una semana, Fonti-Bella se
preocupa, porque se le está terminando la leña y no va ella a cortar más, no
sea que se le estropeen las manos con alguna rozadura, y los mozos no quieran
darle lo suyo y lo de las feas del pueblo todo junto, así que se va al bosque a
seguir su rastro, que ha oído que hay unas setas muy apetecibles en los
alrededores malditos de un encantado castillo (sí, y maldito también, coño, es
que eso ya lo he dicho antes) y conociendo a su padre la cosa pinta chunga. Así
que allí que aparece Fonti-Bella, cruzando el maldito umbral para encontrarse
con la maldita Bestia, que la ve y se le dan la vuelta los cuernos, y le
propone que se quede a compartir con él las maldiciones a cambio de dejar a su
padre en los malditos límites del maldito terreno de su propiedad con una cesta
llena de setas.
Vamos, un maldito buen trato para todas las partes. Durante su maldita
estancia, Fonti-Bella conocerá a una serie de peculiares personajes (malditos,
mucho, que son teteras y candelabros que hablan, no digo más) que la harán
dudar de su cordura, preguntándose si la Bestia no la estará echando Burundanga
en la bebida para hacerla una bandera de Japón o algo. Pero parece que no,
porque por las mañanas ella se palpa en la ducha y parece que todo tiene el
tamaño que tiene que tener, por lo que la chica se convence que la Bestia al
final de puro maldita se habrá vuelto buena, y como ya está harta de la maldita
espera a que se le meta de noche bajo la manta a calentarle los lóbulos de las
orejas, se lanza a por él y le come los morros haciendo rotondas, porque hasta
que el maldito hechizo se rompe aquel bicho tiene un pedazo de cara que podría
vivir un año una familia alimentándose de torreznos.
Luego te cuentan que la cosa venía de una
bruja, que también quería que el principito la llevara de viaje a los
alrededores de Cuenca y él como que le daba grima, por lo que le entregó una
rosa maldita, y la cosa se había puesto de película de Almodovar. Pero la cosa
acaba bien, nada maldito ni nada. Bueno, Críspulo sí, porque se mata con el
prototipo de taburete, y a Font-Bella la abandona el príncipe para inscribirse
de pareja de hecho con el Anselmo y con su madre, pero eso ya no lo cuentan
porque si no ni cuento, ni película, ni nada. Pero oye, yo lo cuento que total,
a mí no me pagan y soy imparcial… ¡Un momento! ¿A mí no me pagan? ¡¡MALDICIÓN!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario