viernes, 13 de enero de 2017

Críticas en screener: La ciudad de las estrellas. La La Land


La ciudad de las estrellas. La La Land:

   Mia Umiau es una choni americana. Vamos, que en lugar de moño y rayas de tigre usa teñido rubio con sombrero de paja y vestidos de tirantes sin sujetador, pero que aun así es seguidora online de Camela desde sus inicios, y se pone las botas de estiércol de plataforma para montar en el tractor. Y claro, al haber crecido viendo las películas de Mario Casas y Sálvame edición México (que también presenta Jorge Javier, por si alguien no lo ha visto), amén de Mujeres y Hombres americanos y Viceversa, su sueño es el de todas las pobladoras de la campiña profunda estadounidense: Debutar en la meca del sueño hollywoodiense, chuscarse un secundario cachas con el pelo aerodinámico, y vivir de las rentas en un apartamento en un barrio cuqui de Los Ángeles, como si lo hubiera mamado desde pequeñita, en lugar de... Al llegar, ostión sin santificar de realidad en la jeta entre audiciones, porque resulta que la comida no se pone sola en el plato como en casa de mamá granjera, se ve forzada a ganarse la vida como camarera en un pub en el que las trabajadoras no llevan sostén (que en esto se basaron para contratarla, que ya tenía ella experiencia), y las faldas son de rayas pero de cebra (que son como las de tigre, pero iban más con la decoración del local), mientras se presenta a montones de pruebas de casting como si no costara, teniendo la misma suerte que Belén Esteban a la puerta de la Biblioteca Nacional pidiendo guerra.
   En la ciudad, casualidades de la vida, oye, también está por otro lado Sebastián, que es un pianista que se parece al payaso de Micolor pero con el pelo todo pajizo, que vive de las actuaciones de segunda que le salen para programas de cine de Granja, está hasta los huevos de que le pidan que toque la del cangrejo de La Sirenita, y su sueño es ganar dinero para teñirse de negro y regentar su propio club (si puede ser de alterne, que luego las noches le saldrían gratis, siendo el jefe) donde rendir tributo al jazz más puro, con otros músicos negros tocando un montón de instrumentos al azar, como si no costara, que siempre les queda todo bien tocando al buen tun-tun a esos malditos…


   Como no podría ser de otro modo, que si no vaya mierda de argumento, los destinos de Mia y Sebastián se cruzarán, que no vamos a contar las vidas de dos personas mezclando planos para que no se crucen en toda la película, imagínate entonces, toma guionista pagado a tocateja… Y la pareja descubrirá el amor y los calambres, ella el significado virtual de lo que es la cobra, aparte de las víboras que conocía que le arruinaban a su padre la plantación de lechugas; y él el efecto velcro, que al final la chica ya hemos dicho que viene de donde viene, y las maquinillas de afeitar las utilizaba para quitarles los pelillos a los pedazos de corteza de cerdo cuando hacían barbacoa en los terrenos tras el granero de los Sullivan.


   Establecerán un vínculo amor-odio que hará florecer (a ella) y luego poner en entredicho las aspiraciones de ambos, que no se entiende muy bien por qué, si se quieren dedicar más o menos a lo mismo... ¡Que monten un dúo, como Cruz y Raya o Los Morancos! Al final, de tanto jugar al ratón, el gato, la cobra y la zorra, terminan creando coreografías de arte abstracto, y en ese momento el sentido arácnido de los frikis de Hollywood se activa como los sensores de las cisternas automáticas cuando hacen pis en los baños de los estudios, y se lanzan todos a una caza indiscriminada de ambos donceles por las calles de los barrios en los que mejor de la luz de fondo cuando se pone la cámara en posición estratégica. Los dos se hacen famosos, hay banderas enormes americanas colgando por doquier, y tras pasarse de moda el momento musical, como le pasó a todas las películas que se rodaron en blanco y negro al año siguiente de que le dieran el Oscar a The Artist, todo el mundo se come un mojón y como ella ya se ha quedado embarazada se ha de volver a casa de mamá granjera a enseñarle al pollo que las cobras de campo pican que se matan, las jodías.



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