viernes, 25 de noviembre de 2016

Críticas en screener: Aliados



                              ALIADOS

   Max Patán, que ya con ese nombre la película promete mucho, es un agente de Inteligencia (las risas que se pasaron en la academia de espías con su apellido) destinado en Marruecos, al que encargan una peligrosa misión en el norte de África; que ya digo yo que inteligentes no sé, pero lógicos lo son un rato, ¡no van a mandarle a una misión a Logroño, no te jode!


   La misión es una mierda, que se lo comentaron a Pérez Reverte y del mosqueo porque le intentaran endosar algo tan nimio casi se sube al Pirulí en plan King Kong a derribar un par de cazas con su aliento de ondas mortales; pero como todo el papeleo viene en carpetas amarillas con pegatinas de Top Secret, todo el mundo se va dando importancia, y unos por otros pues se lo llevan muerto en sobres diferidos de esos. Mientras cumple con su cometido sin despeinarse ni arrugarse el traje de los domingos, que con tanto polvo del desierto la cosa es más chunga que la misión en sí, conoce a Marianica Bourjois Ramalamadindon, que es otra agente parece ser de la Resistencia francesa (vamos, o es francesa o que la lleven al logopeda), que está para cambiarla por un oasis lleno de camellos y ponerle una jaima en las afueras. Y obviamente, Patán se enamora.


   Al principio todo es probar las camas de las habitaciones de los hoteles, pero cada uno acaba yéndose por su ladito como los adolescentes que acompañan a sus padres en las vacaciones a Benidorm. Sin embargo, el tiempo vuelve a juntarlos en Londres, y ya se dan cuenta que lo suyo es amor del de juntar fotos en cajas de galletas y coger acciones de Azucarera Española, hasta el punto de que deciden formar una familia y todo, así en el colmo de lo meloso, que hacen un arroz ídem y les sale pegote. Su vida parece perfecta hasta que la Guerra comienza a poner a prueba su relación, porque debe ser que no se lo veían venir… Buenos espías, que son ellos. Los superiores de Patán le comunican que Marianica podría ser una agente doble al servicio de los nazis, que él no se lo cree porque el Mein Kampf lo tenía de cuña en la mesa del salón, nada más. Aunque al final el pollo piensa que por qué ese libro precisamente, con la de ellos que había por ahí para comprar, y entonces, dolido por el reciente descubrimiento (porque dónde se ha visto que una mujer engañe a su marido, válgame el Señor), empiece a sospechar y lleve a cabo una investigación para ver si al final la gente baila al derecho o al revés. Que a ver, ya hemos dicho que lo que viene siendo buen espía tampoco es que fuera, de modo que la mujer puede estar tranquila, que lo que es matarla de no respirar ya nunca, no es probable.


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