DOCTOR EXTRAÑO:
Estefanín de las Altas Cumbres Borgóñez de
Urraco y Fresnedilla (don Fanín para el vulgo y sus pacientes, ricos de los que
no llevan dinero encima porque se los llevan los porteadores en macutos en la
cabeza por detrás) lo tiene todo en la vida. Su mujer es modelo de las de el
“después” en cualquier anuncio, sea de lo que sea; posee un jet privado y una
flota de coches que le daría urticaria a CR7 de la rabia; dos chalets, cuatro
pisos, treinta y siete personas de servicio… Y, para colmo, siempre engaña a
sus pacientes, recetándoles medicamentos de marcas que no son blancas, de amigüitos suyos que luego le untan como
una rebanada de pan de molde. Vamos, que ya nos hacemos una idea de que el
pollo es algo asquerosote.
Pero hete aquí que un buen día, su nuevo
Lamborghini se encuentra con la cáscara de plátano que ha dejado un pobre en medio
de un paso de cebra que se salta, y la cosa se tuerce; se tuerce mucho. En
concreto, el Lamborghini para fabricar Micromachines, las piernas para hacer un
puzzle en 3D, cuatro vértebras desplazadas y el cerebelo tocando los bongos con
la glotis. La cosa se pone muy malita para él.
Pero un buen día recibe la visita en su casa
de los Séptimos Hijos de la Misericordia de Yahvé, que le hablan de un
mago-curandero-ermitaño que vive en Despeñaperros llamado Joan Timariz. Fanín
acude en su silla de ruedas voladora a la cueva del susodicho eremita, que lo
recibe al ritmo de un violín imaginario, con una gran sonrisa y un gorrocóptero, que da vueltas aunque ni
funciona ni nada.
Timariz le impone las manos a Fanín, y
milagrosamente este se recupera, o eso es lo que él cree. Vuelve a su trabajo
en la consulta caminando por su propio pie, pero al avanzar la mañana hay algo
que le preocupa, aunque no sabe qué es. A cada uno de sus pacientes le dedica
más de dos minutos con cuarenta, les llama por su nombre de pila, e incluso les
receta medicinas acertadas de marcas tan blancas como si las hubiesen lavado
con Ariel. Según va pasando esto, la realidad alrededor de Fanín se va
distorsionando, abriendo y cerrando agujeritos espacio-temporales que permiten
al nuevo superhéroe luchar mejor contra el mal que piensa que le corroe.
Hasta que llega a su consulta un tal
Mariano, y aunque intenta ayudarle no es capaz de acertar con la incapacidad
que le aqueja, y a cada intento por probar un nuevo fármaco, el sujeto se
vuelve proporcionalmente más tonto que en la prueba anterior. Así, los últimos
doscientos de los doscientos ocho minutos que va a durar la película, se está
jugando con las distintas realidades dimensionales, y uno no acierta a pensar
el todo en su conjunto: Que el paciente Mariano no puede ser más tonto de lo
que llegó a la consulta, lo que pasa es que va teniendo cada vez más confianza
con el doctor y demuestra más cómo es; que Timariz es en realidad un antiguo
paciente descontento de Fanín, que es mago pero de los de verdad, de curar la
invalidez y todo, aunque las visiones de realidades alternativas y el carácter
de persona parece ser que se las inculcó al doctor con unos parches de efecto
retardado que le aplicó cuando estuvieron en Despeñaperros sin que se enterase;
y que de por sí el protagonista ya se ponía de pellote hasta las orejas de
normal, así que ahora que había de combatir el dolor no veía la luz del día de
lo que se le cerraban los ojos, por lo que la suma de todo eso le ha vuelto
como las de Machín. Bueno, todo eso y un primer plano de su mujer modelo que
dura alrededor de dos pajas y media, y sólo por eso ya os digo que es
imprescindible, aunque no es necesario ni que lleguéis al final.
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